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Sola Torrent Castellano

Marta se encontraba sola en su casa, encerrada voluntariamente tras haber recibido una mala noticia. No quería ver a nadie, ni siquiera salir a la calle para hacer alguna actividad que le gustara. Solo quería estar allí, en su hogar, en su espacio personal, para poder llorar, gritar y pensar todo lo que necesitara sin que nadie la juzgara.

Pero ese confinamiento no sería fácil de llevar para ella. Las horas se volvían más largas, la soledad se hacía más pesada y la tristeza no daba tregua. Empezó a notar cosas extrañas en su casa, ruidos que no podía explicar, sombras que se movían por las paredes y objetos que aparecían en lugares donde ella no los había dejado.

Una noche, mientras estaba en su habitación, Marta sintió una presencia extraña. Se levantó de la cama y encendió la luz, pero no había nadie allí. Sin embargo, algo la hacía sentir incómoda, como si alguien la estuviera observando. Entonces, vio una figura difusa en la esquina de la habitación, que poco a poco fue tomando forma.

Era el fantasma de su madre. Había fallecido unos años atrás, tras haberse suicidado, y Marta nunca había podido superar su pérdida. Ahora, la veía allí, en su habitación, como si nunca se hubiera ido. No sabía si estaba soñando o si realmente había vuelto a la vida.

Marta se acercó lentamente a la figura, que la miraba con ojos tristes y cansados. No podía hablar, pero su presencia era suficiente para que Marta supiera que estaba allí por ella. La abrazó con fuerza, llorando desconsoladamente, mientras el fantasma de su madre la acariciaba el pelo.

A partir de ese momento, el fantasma de su madre se convirtió en una presencia constante en la casa de Marta. A veces la veía en la cocina, preparando la cena, otras veces en el salón, leyendo un libro. No hablaban, pero Marta sabía que su madre estaba allí con ella, cuidándola y protegiéndola.

Pero no todo fue fácil con la presencia del fantasma de su madre. Marta empezó a tener pesadillas cada noche, en las que veía a su madre sufrir y morir una y otra vez. Se despertaba gritando, sudando y temblando, sin saber si lo que había visto era real o solo una invención de su mente.

Además, las cosas extrañas que sucedían en la casa se intensificaron. Los muebles se movían solos, las luces parpadeaban y las puertas se abrían y cerraban sin que nadie las tocara. Marta no sabía si eran cosas del fantasma de su madre o si había algo más en la casa.

Un día, decidió buscar ayuda. Habló con una amiga que sabía de espiritismo y le pidió que la ayudara a comunicarse con su madre. Juntas, hicieron una sesión de ouija y, para sorpresa de Marta, su madre respondió a todas sus preguntas.

Le dijo que estaba allí para protegerla, que la amaba y que no quería que sufriera más. Marta lloró sin parar, sintiéndose aliviada de saber que su madre estaba allí por ella. La sesión terminó y su amiga le dio algunos consejos para convivir con el fantasma de su madre sin que le hiciera daño.

A partir de ese momento, las cosas en la casa mejoraron. El fantasma de su madre seguía allí, pero ya no era una presencia amenazante. Marta aprendió a convivir con ella, a hablarle en silencio y a sentir su amor a pesar de que ya no estaba viva.

La tristeza de Marta no desapareció por completo, pero al menos ahora tenía a alguien que la cuidaba y la protegía. El fantasma de su madre se había convertido en una compañía constante, en un recuerdo vivo de lo que una vez fue su familia. Aunque la soledad seguía siendo su compañera, al menos ahora sabía que nunca estaría completamente sola.

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