Rama se sentó en el banco del tribunal y miró a Laurence Coly, el hombre acusado de un crimen horrible. Ella estaba ahí para documentar su historia para su próxima novela, una adaptación moderna del mito de Medea. Pero, por alguna razón, no estaba segura de que esta historia pudiera convertirse en algo realmente convincente.
Laurence Coly era un hombre de mediana edad, de aspecto común, con una mirada triste en sus ojos. Cuando Rama escuchó los detalles de la acusación, se estremeció. Él, según se decía, había matado a su mujer, a sus hijos y a sus padres en un arranque de violencia.
Rama escuchó con atención mientras se presentaban los testimonios a favor y en contra de Laurence Coly. Las personas que conocían a la familia hablaron de su felicidad y de cómo eran unos padres y unos hijos cariñosos. Los testigos de la acusación presentaron pruebas de que Laurence era capaz de violencia extrema.
A medida que el juicio avanzaba, Rama se dio cuenta de que estaba presenciando algo más que un juicio criminal. Estaba presenciando los restos de una familia destruida por un acto de violencia. Estaba presenciando una tragedia humana que era mucho más grande que cualquier leyenda de los antiguos mitos.
Rama se sentía conmovida y asustada al mismo tiempo. Era consciente de que, de alguna manera, la historia de Laurence Coly se relacionaba con el mito de Medea. Ella quería contar esa historia, pero al mismo tiempo le daba miedo.